Episodio 4. Son unos ricos
pueblerinos, mal asunto
Montero le explica a Luque quién es quién en San Martín de Trevejo, algo
fundamental para llevarse bien con la sociedad mañega y, especialmente, con los
poderes locales.
-El alcalde es un cero a la izquierda, solo
le gusta presumir de vara en los días de fiesta, pero quien maneja el ayuntamiento
es el secretario. El juez de paz ni chicha ni limoná. Como por ser alcalde o
juez no se cobra tampoco son cargos muy deseados. El señor cura es rancho
aparte, no te metas en asuntos de la Iglesia porque pondrá pie en pared. Pero
como te dije, si alguna vez necesitas información fidedigna sobre alguien
recurre al páter, es quien más sabe de todo lo que pasa en San Martín. El
médico es buena persona, pero está esperando que salga una vacante en un pueblo
mejor, y entonces se irá. Y de los maestros solo necesitas conocer a doña Pilar
que es la única que lleva muchos años aquí, los demás van y vienen. Pilar es
una baturra de mucho carácter, pero muy noblota, y como es hija del Cuerpo
siempre encontrarás un respaldo en ella. Y creo que te lo he contado todo o al
menos lo más destacado. ¿Alguna pregunta?
-No, gracias, creo que no se puede explicar
más en menos tiempo. Ya me dijeron que eras un gran tipo y veo que se quedaron
cortos.
-Bueno, compañero, tengo que dejarte que he
de ayudar a la parienta a terminar de hacer los bártulos. Mañana, antes de
partir, nos despediremos.
Mientras ambos guardias civiles se desean
buenas noches, el joven Carreño vuelve a mantener otra conversación con su
madre. Le ha dado cien vueltas al consejo que le dio sobre no aceptar el
trabajo en la almazara de Malpartida y en cambio completar sus estudios de
contabilidad.
-Madre, he estado pensando sobre lo que me
dijiste y no estoy de acuerdo en algunas cosas. Me parece bien lo de completar
mis estudios, contra lo que me rebelo es no poder ver a Consuelo todos los días
–al ver el gesto negativo de su madre, el chico opta por razonar su objeción-.
A ver si te lo explico mejor. Si voy a estudiar con el profesor Hernández se supone
que tendré que vivir en Plasencia, y solamente podré ver a Consuelo los fines
de semana y algún día perdido. Cuando esté en el ejército, si no me dan ningún
permiso, voy a tirarme al menos tres años sin verla, y ahora que tengo la
oportunidad de hacerlo diariamente si sigo tu consejo no la podré ver. No
quiero llevarte la contraria, pero no lo considero justo. ¿No habría manera de
compaginar ambas cosas?, me refiero a estudiar y a estar con mi novia el mayor
tiempo posible. Creo que puedes entenderlo.
Pilar no contesta al pronto, está pensando, pero
como no encuentra una solución factible al dilema que plantea su hijo opta por
ganar tiempo.
-Hijo, tu objeción es razonable. Te prometo
que procuraré encontrar una solución que nos convengan, a ti como enamorado, y
a mí como madre que solo busca lo mejor para su único hijo y que piensa más en
el mañana que en el hoy.
La maestra queda dándole vueltas a la charla.
Está satisfecha por la reacción del chico y por lo sensato de su planteamiento.
Se merece que encuentre una alternativa que le permita estudiar en Plasencia y
al tiempo estar con su novia. Como sigue sin encontrar solución se pone el
manto y sale de casa, es hora de buscar ayuda. Anochece cuando está de vuelta
al hogar.
-Hijo, traigo buenas noticias. He estado
hablando con la señora Etelvina, que es mujer de muchos recursos y que conoce
bien la comarca más allá del valle. Antes de contarte lo que me ha sugerido una
pregunta: en caso de aceptar el trabajo en la almazara de Malpartida se supone
que deberías de vivir allí, ¿dónde pensabas alojarte?
-Lo tenía hablado con Argimiro Sánchez, es
el novio de la mejor amiga de Consuelo. Me ha ofrecido que puedo quedarme en su
casa, sus padres le han dicho que por ellos no hay inconveniente. Sólo tendría
que pagar por la comida, la cama la tendría prácticamente gratis, solo serían dos
duros al mes.
Doña Pilar no puede contenerse y abraza fuertemente
a su hijo. Al fin este chico ha madurado, se dice.
-Muy bien, hijico, veo que lo tienes todo
pensado, pero verás, puedes vivir en Malpartida sin necesidad de trabajar en la
almazara. Sabes lo poco que gano, pero es suficiente para poder pagar tus
gastos durante los dos meses y medio que te quedan antes de irte a la mili.
Para superar el dilema que teníamos, Etelvina me ha sugerido una solución. Puedes
vivir en Malpartida, pero todos los días te trasladarás a Plasencia para tus
clases con el señor Hernández, y cuando acabes regresarás al pueblo. Así,
durante la mañana y parte de la tarde estudiarás, y el resto del tiempo podrás
estar con tu novia.
-Me parece bien traído, madre, pero no
pretenderás que vaya andando de un pueblo a otro, hay cerca de once quilómetros
de ida y otros tantos de vuelta.
-Claro, hijo, pero para eso están los
inventos modernos. Acabo de comprarle el velocípedo, debo acostumbrarme a
llamarle bicicleta, al tío Leoncio el cartero. Como se ha jubilado, ya no la
necesita. Dice que solo tendrás que renovar las ruedas, las cubiertas están muy
gastadas y los neumáticos con muchos parches. Te prometí que encontraría una
solución y esta es la que te propongo.
Ahora el que da a Pilar un caluroso abrazo
es el chico al tiempo que exclama:
-¡Tengo
la mejor madre del mundo!
-Bueno, hijo, me conformo con ser la mejor
del pueblo, y aún eso habría que verlo.
-Me voy a casa del tío Leoncio por el
cacharro y mientras tanto prepárame algo para el camino, por favor, que en
cuanto vuelva me voy a Malpartida.
-No corras tanto, hijo. ¿Cómo te vas a ir
ahora? Ya es noche cerrada y te puedes descalabrar por esos caminos, que la
bicicleta no tiene luz. Ve por ella si quieres y entre tanto preparo la cena. Y
mañana de madrugada te marchas, pero primero deberás pasar por Plasencia para
acordar con el señor Hernández los horarios de las clases y todo lo demás.
Cuando el mozo regresa con la bici se la
enseña a su madre como si fuera una de las siete maravillas del mundo.
-Vaya trasto de velocípedo –exclama Pilar-.
Tenía razón el tío Leoncio, las ruedas están para pocos viajes. Mira, después
de hablar con Hernández, pásate por un taller y que te pongan ruedas nuevas. Te
voy a dar dinero para comprarlas.
-Gracias, madre, pero para eso tengo. No vas
a correr con todos los gastos. Bastante tendrás que apechugar pagando las
clases y la manutención.
Aquella noche, en el hogar de doña Pilar, la
cena se convierte en una suerte de festejo en el que madre e hijo celebran
esperanzados lo que puede ser el comienzo de una nueva y decisiva etapa en la
vida de Julio Carreño Lahoz, quinto del 89. La madre aprovecha el buen talante
de su vástago para que le cuente más detalles de su novia y de su familia.
-¿Y qué tal con tu futura suegra, te llevas
bien con ella?
-Pues ni bien ni mal, solo la he visto de
lejos tres o cuatro veces, pero todavía no he hablado con ella de lo mío con Consuelo.
-¡Pero alma de cántaro!, ¿cómo pretendes
casarte algún día con esa moza sin que sus padres, en este caso su madre dé el
consentimiento sobre vuestras relaciones?, ¿pero en qué mundo vives?
-Madre, no te subas al guindo que te
conozco. Consuelo y yo lo tenemos hablado. Si no he ido todavía a ver a la
señora Soledad, así se llama su madre, es porque habíamos decidido no ir a
verla hasta saber dónde tenía que hacer la mili. Ahora que ya lo sabemos es
cuando voy a hablar con ella y pedirle permiso para cortejar a su hija.
-O sea, que has hablado primero con la hija
que con la madre. Tendrías que haberlo hecho al revés. Has empezado la casa por
el tejado.
-Madre,
perdona que te diga pero estás un poco anticuada. Naturalmente que hablé antes
con la hija, es con quien quiero casarme y no con su madre.
-¿Y qué pasa si la señora Soledad te dice
que verdes las han segado?
-También lo hemos hablado. Consuelo piensa
que será capaz de convencer a su madre. Si pusiera impedimentos para la
relación hemos barajado dos salidas: esperar a que Consuelo cumpla veintitrés
años en que será mayor de edad o fugarse conmigo y casarnos en un lugar donde
nadie nos conozca.
-¡La última opción ni la pienses! Lo de
fugaros es un disparate más grande que la Basílica del Pilar. Lo de aguardar a
que sea mayor de edad lo veo bien, aunque mucho sería lo que tendríais que
esperar. Y dices que la moza cree que puede convencer a su madre, ¿cómo piensa
hacerlo?
-Pues amenazándola que si no me acepta se
fugará conmigo. Y a la señora Soledad le espanta el qué dirán. En el pueblo se
tiene muy en cuenta lo de las habladurías.
-¡Virgen del Amor Hermoso!, vaya con la
chinata, hay que ver cómo se las gasta. Y lo del qué dirán ocurre en Malpartida
y en toda tierra de garbanzos.
-Es lo que más me gusta de Consuelo, que
tiene mucho carácter, no es nada timorata.
-Bueno, es mucho mejor que sea una mujer de
carácter y no una cobardica que no se atreva a plantarle cara a nadie. Mejor
una mujer fuerte que una pusilánime. ¿Y el resto de la familia de tu novia qué
opina sobre lo vuestro?
-Consuelo es la mayor de los cuatro hijos de
la casa. Detrás de ella están un hermano, Andrés, que tiene dieciséis años,
después Luisa que tiene trece y la benjamina es Julia que solo tiene seis. Son
todos muy pequeños como para tener opinión. En todo caso, me los tengo ganados pues
siempre que puedo les llevo alguna chuchería.
-¡Vaya, hijo, desconocía esa faceta tuya de
Maquiavelo!, pero no es mala cosa. Más moscas se atrapan con miel que con hiel.
Me has dicho que la señora Soledad es viuda como yo, ¿desde cuándo?
-Desde hace unos cinco años. Al marido, el
señor Álvaro Manzano, le pateó un semental cuando estaba cubriendo una yegua de
su manada. Fue un suceso muy sonado, hasta lo publicó La Bandera Regional de
Plasencia.
-¿Y el resto de los Manzano qué dicen de lo
vuestro?
-No
lo sé ni creo que importe demasiado, ahí la palabra que vale es la de la señora
Soledad. Es la más rica de todos sus hermanos y parientes, y lo que ella dice
va a misa.
Es oír eso y Pilar piensa: son unos ricos
pueblerinos, mal asunto.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 5. Pringá para dos