Después del inesperado éxito conseguido al
lograr fotografiar a Espinosa, Pacheco y Sierra sin que se hayan apercibido, el
trio de ayudantes de Grandal se ha apresurado a ir a un laboratorio fotográfico
para hacer unas cuantas copias en papel de las fotos de los tres testigos. Una
vez en su poder las copias, al excomisario le ha faltado tiempo para entregárselas
al sargento de la Guardia Civil de Torreblanca.
-Esto es un
logro formidable, comisario –El suboficial se empeña en seguir llamando a
Grandal por su antiguo rango policial-. Y no le voy a preguntar como las ha
conseguido. Ahora mismo, voy a bajar a la playa y se las voy a mostrar a todos
los empleados del hostal.
-Bellido, quiero
pedirte algo al respecto, que me lleves contigo. No es necesario que me
presentes, me conformo con estar a tu lado estudiando las reacciones de la
gente y analizando lo que cuentan. Te prometo que molestaré lo menos posible.
-Comisario,
perdóneme, pero no puedo hacerlo. Voy a llevar a cabo una indagación oficial y
no puedo realizarla ante la presencia de un civil, porque eso es lo que es
usted ahora.
Grandal sabe que la objeción del guardia
civil es ajustada al reglamento, pero como no se fía demasiado de las
habilidades interrogadoras del sargento, como mal menor opta por sacar el mayor
partido posible ante la negativa del suboficial.
-Lo sé,
Bellido, lo sé, pero… Al menos, déjame ayudarte con los pichones. Como ya les
interrogué no se extrañarán que sea yo quien les enseñe esas fotos -El sargento
vacila, pero Grandal termina convenciéndole y le da unas copias para que pueda
mostrárselas al trio de pichones, como han dado en llamar a los autores del
incidente del maletín.
La visita del comandante de puesto al hostal
se cierra positivamente. Son varios los empleados que reconocen los rostros de
Pacheco y de Espinosa, son menos los que identifican a Sierra como otro de los
que visitaban a Salazar, pero en cambio sí le recuerdan pilotando un Opel Cabrio.
En una playa más bien modesta como Torrenostra los descapotables no abundan y
siempre se les echa un vistazo aunque no sean de alta gama. La identificación
más firme es la del lavaplatos al declarar que cuando tras el almuerzo del día
de la Asunción salió a tirar la basura de la cocina a los contenedores recuerda
haber visto a Sierra cerrando la puerta de un descapotable, de color rojo por
más señas. El sargento llama inmediatamente a Grandal para contarle las
novedades, pero su móvil, según informa la voz metálica de la central de
Movistar, está apagado o fuera de cobertura. Y así es, el viejo policía lo ha
apagado porque no quiere que nadie le moleste mientras habla con cada uno de
los pichones. Anca Dumitrescu es la primera a la que pide la identificación, la
joven no duda en absoluto al mostrarle las fotos.
-Este –y
señala el rostro de Pacheco- es el señor que salvó a Mar…, perdón, a Salazar de
la paliza que le dieron y quien al día siguiente le llevó a Castellón a que le
vieran los médicos. Vino a verle en más ocasiones. Era muy educado y amable,
todo un caballero –Anca vacila, no sabe si contarle al excomisario algo que
sabe sobre Pacheco y que hasta el momento, no sabe por qué, no se lo ha dicho a
nadie, quizá porque delatar a todo un caballero es algo feo, pero su vacilación
dura un segundo y continúa con las identificaciones-. Este es el señor elegante
que no recuerdo como se llama y este es el que solía acompañar al señor Pacheco
–remata señalando a Sierra.
Pese al sucinto tiempo que ha empleado la
rumana en dudar, Grandal tiene todavía la mente y los sentidos muy afinados de
sus años como policía y ha advertido el titubeo de la joven. Piensa que Anca
sigue guardando secretos por lo que tendrá que ser más insistente con ella,
aunque quizá no sea este el momento idóneo. Tras acabar con Anca continúa la
ronda con Rocío Molina. La andaluza también reconoce las personas de las fotos
al primer vistazo.
-Este es
Sierra, este Pacheco y er lechuguino es Espinosa.
-Cuéntame
más cosas de ellos –le pide Grandal.
-Sierra tuvo
un cargo político importante en la Junta, era Director General o argo así y
tenía bastante relasión con Curro. Nunca fuimos amigos, me trataba correctamente,
pero en er fondo creo que me despresiaba. Es uno de los que está pringao en er
caso ERE, ar igual que Curro y Pacheco. Ah, y por Sevilla corre er runrún de
que si es mariquita. Y no sé desirle mucho más.
-¿Sabes por
qué iba a ver a Salazar?
-No, pero no
me extrañaría que fuera por argo der follón de los ERE.
-¿Crees que
Sierra le tenía malquerencia a Salazar?
-No sé, no
lo creo…, pero de los de la asera de enfrente vaya usté a saber. En cuanto a
Pacheco, es der mismo pueblo que Curro, de Zahara de los Atunes. De eso se
conosían, aunque no eran amigos pero tenían buena relasión. Er padre de Pacheco
era boticario y er de Curro pescaor, además se llevaban bastantes años. A pesar
de to, a Curro lo der paisanaje le tiraba mucho. Pacheco, que creo que es
ingeniero, también tuvo un cargo de Director General en la Junta, argo relasionao
con los montes y la naturalesa. Tenía menos relasión con Curro que la que tenía
con Sierra. Ah, y está casao con una señoritinga sevillana que viene de una
familia con más cuartos que un banquero, pero que es una bruja con más mala
leche que un inspector de hasienda. Y poco más le puedo desir.
-Paisanaje aparte,
¿sabes qué relación tenía Pacheco con Salazar?
-No sabría
desirle, se rumoreó que si también tendría argo que ver con lo de los ERE, pero
a siensia sierta no lo sé.
-¿Sabes si Pacheco
tenía algo contra Salazar?
-¡Quia!, si
fue quien sarvó a Curro de que… -ha estado a punto de citar al Chato y ha
tenido que detener su exposición para que el nombre del antiguo púgil no
saliera de su boca-…, de que un desconosío siguiera arreándole estopa y también
fue er que le llevó a que le vieran los doctores. Arfonso es buena gente, to un
caballero. Y no sé más. En cuanto ar Espinosa, de ese sí que no sé na. Le conosí
por primera ves aquí y solo puedo desirle que es un figurín, pero creo que
también es un tipo de los que dan er pego, quiero desir que es de los que por
fuera paresen una cosa y por dentro son otra. Vamos, que yo no le compraría ni
una bisicleta de segunda mano.
Grandal, como le sucedió con Anca, ha tomado
buena nota de la vacilación de Rocío en su exposición y vuelve a decirse que la
andaluza sabe mucho más de lo que cuenta. No va a tener más remedio que
inventarse algo para hacer cantar a ambas mujeres. Visto que la Molina no da
más de sí recurre otra vez a Anca para que le consiga otro cara a cara con
Vicentín Fabregat, algo que la rumana logra fácilmente pues su relación con el hereu vuelve a ser como en los buenos
tiempos. A Vicentín, le ocurre lo mismo que la vez anterior que lo interrogó,
el nini es un membrillo que no sabe nada y que no se entera de nada… hasta que:
-Entonces,
¿no sabes nada más?
-No, señor
comisario, pero… –el hereu también se
ha aprendido lo de comisario-. Bueno, no creo que tenga importancia, pero soy
un gran aficionado a los coches y he recordado que a este tío –y señala la foto
de Pacheco-, el día que palmó el andaluz, lo vi a bordo de un Volvo V40 Cv
Kinetic, que es todo un cochazo. Llevaba al lado una jaca que no estaba nada
mal y debía estar castaña, quiero decir bebido o se habría debido fumar un
canuto, porque quiso meterse por la calle San Juan en dirección prohibida y
tuvo que dar marcha atrás para tomar la calle Cervantes.
El sonido de las campanillas que tintinean
en las máquinas tragaperras cuando dan un premio gordo es lo que ha sentido
Grandal al oír la declaración del hereu.
Como micólogo aficionado que fue en los tiempos que estuvo destinado en
Segovia, se dice que nunca sabes dónde encontrarás la mejor seta de la campiña.
Y acaba de dar con ella en la boca del membrillo de Vicentín. “O sea, que
Pacheco y, posiblemente, su mujer estuvieron en Torrenostra el día de autos. A
ver cómo le saco partido a esto, es más una pepita de oro que un robellón.
Tengo que volver a interrogarlos”. Como ambas mujeres se han ido, vuelve a
llamarlas y las emplaza a que se reúnan nuevamente con él. Rocío, que está mano
sobre mano, le contesta afirmativamente, pero Anca le dice que esa mañana, como
el pueblo está en plenas fiestas patronales, ha quedado con la cuadrilla de su
novio en ir a las once de la mañana a la concentración de todas las collas a la
calle Abeurador para recoger los pañuelos de la Crida.
-Déjate de
collas y de la Crida, sea lo que sea
eso. ¿Qué es más importante, recoger un pañuelo o que la jueza del número 4 no
te impute cargos? Os espero, a ti, a tu novio y a Rocío en el bar Plaza. Estaré
allí en media hora.
-Por favor,
señor comisario, ese bar está en la Plaza Mayor, nos va a ver todo el pueblo y Vicentín
no querrá venir. Tendría que ser en un sitio más discreto. ¿Le puedo proponer
el bar La Torre?, está a la salida del pueblo, junto a la gasolinera. Es un
sitio más apartado y además se puede aparcar fácilmente.
-Bien. Que
sea en La Torre, pero estad allí en media hora. Es importante… para vosotros.
Mientras Grandal hace tiempo para que transcurra el plazo que ha dado al trío piensa en como apretarles las tuercas a los pichones, sobre todo a Rocío y Anca. Sospecha que la andaluza le oculta información sobre aquel sujeto al que calificó como de mala jeta, información que puede ser clave en la investigación sobre la muerte de Salazar. En cuanto a la rumana también sospecha que sabe más de los que le ha contado, aunque en este caso no tiene ninguna referencia de qué es lo que le está ocultando. Respecto a Vicentín considera que le ha dicho cuanto sabe, aunque vista la valiosa información que le regaló en su última charla tendrá que volver a tirarle de la lengua. "Empezamos bien el día. Bellido ha encontrado una pepita de oro y yo otra, a ver si descubrimos el filón de donde proceden" se dice.
PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio
93. “A mí es que la tele me come el coco”.