Los amigos de Grandal se lo dejaron muy clarito en la última reunión del dos mil quince, se van a tomar unas vacaciones en su papel de investigadores del Caso Inca. Para ellos tiene prioridad su rol de abuelos en ejercicio antes que el de policías aficionados. El excomisario, que no tiene nietos a los que atender y malcriar, lo mejor que ha podido hacer durante la pausa navideña ha sido intentar recomponer lazos con algunos de sus antiguos compañeros de cuerpo que por unas u otras causas se han deteriorado. Uno de ellos ha sido Anselmo Bermúdez, Jefe de la Comisaría del distrito de Moncloa-Aravaca, de quien se ha distanciado a raíz del descubrimiento, por parte de Grandal y sus amigos, de otro posible sospechoso de complicidad en el robo del Tesoro Quimbaya: un tal Adolfo Martínez, técnico de seguridad que vive en Majadahonda.
Grandal aprovecha la ocasión
de que, con motivo de la festividad de los Santos Ángeles Custodios, patronos
del Cuerpo de la Policía Nacional, le otorgaron a Bermúdez la distinción de la
Cruz Roja al mérito policial como muestra al reconocimiento de su trabajo
profesional. Aunque la entrega de la medalla fue el pasado dos de octubre, el
excomisario lo utiliza como excusa para llamar a su antiguo subordinado e
invitarle a comer para celebrar lo de la cruz. Bermúdez se hace de rogar, y al
final únicamente acepta tomar un tentempié porque, según dice, estos días los
dosieres se acumulan en su mesa.
El excomisario ha escogido
como lugar del piscolabis una taberna en la que hace unos cuantos años celebraron
la resolución de un complicado caso en el que tanto Bermúdez como él se
distinguieron sobremanera. Por eso le ha citado en Casa Labra, una taberna del
siglo XIX en pleno corazón de la ciudad y que es famosa porque, además de que
en ella Pablo Iglesias fundó el PSOE, entre otros exquisitos bocados se pueden
degustar sus célebres “soldaditos de pavía”, bacalao rebozado y frito, y
también unos ricos tacos de atún. Al principio del encuentro Bermúdez se
muestra un tanto reticente, pero a partir del segundo Valdepeñas el ambiente
entre ambos colegas se va descongelando y acaban charlando como lo que siempre
fueron: un par de buenos amigos. Grandal ha tenido un cuidado exquisito en no
decir una sola palabra sobre el Caso Inca, de ahí su extrañeza cuando sin venir
a cuento Bermúdez dice:
- Algo se mueve.
Aunque
Grandal supone que la críptica frase se refiere a la investigación sobre el
robo del Tesoro Quimbaya, se contiene para no preguntar qué es lo que se mueve,
se conforma con una mirada en la que intenta reflejar una sorpresa que no es
tal.
- Según me han comentado compañeros del entorno de la
Brigada de Patrimonio – prosigue Bermúdez -, la vigilancia que le han puesto al
fulano de Majadahonda ha descubierto que hay más gente interesada en
controlarle y en saber qué se rumorea en su barrio sobre el mismo.
- ¡No me digas! – es cuanto se atreve a decir
Grandal.
- Al parecer – sigue explayándose Bermúdez –, no se
trata de un control sistemático como el que mantiene nuestra gente, es más
aleatorio, pero el seguimiento existe. Y curiosamente, no le siguen unos
mafiosos ni unos narcos sudacas, lo hace una conocida agencia de detectives.
Llegado a
ese punto, Grandal estima que su amigo le ha dado implícitamente la venia para
poder preguntar directamente:
- ¿Qué piensan hacer los Sacapuntas al respecto?
- No lo sé, desde la última reunión que tuvieron
contigo no he vuelto a hablar con ellos. Lo que acabo de contarte me ha llegado
por vía indirecta. Y, por supuesto, de esto ni una palabra a tus vejetes.
- Esta conversación no ha tenido lugar, Anselmo – Y
para probar su afirmación, Grandal da un giro sustancial a la charla -.
Hablando de cosas importantes, no te he preguntado por tu primogénito,
¿continúa empeñado en seguir nuestros pasos y opositar al Cuerpo?
Atienza,
Bernal y Blanchard, que ya volvió de París, han tenido unas minivacaciones que
incluso han sido más cortas de lo que tenían previsto al descubrirse que hay
alguien más que sigue los pasos de Adolfo Martínez. Los policías encargados de
la vigilancia del sospechoso han detectado que otros individuos, de manera
aleatoria, tratan de informarse sobre lo que hace el técnico de seguridad. Los
agentes de la red de vigilancia informan también a sus superiores que están
casi seguros que ellos, a su vez, no han sido detectados por los inesperados
rastreadores. Y están a la espera de nuevas órdenes sobre qué hacer ante el
inesperado giro que ha dado la situación.
Precisamente, sobre qué hacer ante el imprevisto escenario que supone la
existencia de otros controladores, es de lo que discuten los Sacapuntas y el
inspector galo. El hecho de que no estén ante unos posibles secuaces de la
banda, sino ante los detectives de una agencia que cuenta con la debida
autorización del Ministerio del Interior es lo que les pone de acuerdo como
resume Bernal:
- Si los que de vez en cuando echan una ojeada a las
idas y venidas de Martínez fueran unos fulanos sin más, aunque no
necesariamente se trataran de delincuentes, lo inteligente sería darles cuerda
a ver si les cazábamos en un renuncio, pero no es el caso. Estos son unos tíos
de Método-5, una agencia que tiene todas las bendiciones de la casa grande. Por
eso, mi opinión es que hay que hacerles una visita y sin andarse por las ramas
preguntarles por cuenta de quien están llevando a cabo esa vigilancia.
Tanto
Atienza como Blanchard están de acuerdo con el planteamiento de Bernal. La
cuestión a decidir ahora es el cómo. Atienza es partidario de informar a la
jueza de instrucción para que sea ella la que opte por el procedimiento que
estipula la normativa legal. Bernal, por el contrario, prefiere una vía más
directa y expedita:
- Lo que hay que hacer es coger el toro por los
cuernos, plantarnos donde la agencia y lisa y llanamente decirles que sabemos
que están controlando al Martínez, que se trata de un sospechoso de haber
participado, de algún modo, en lo del robo del tesoro y que queremos saber por
cuenta de quién están realizando ese trabajo.
Blanchard,
que no es muy ducho en la legislación española al respecto, se abstiene de
opinar, solo hace una puntualización:
- En el supuesto de seguir el camino que propone
Eusebio, creo que no deberíamos decir a los de la agencia de qué delito es
sospechoso Martínez. Mejor dejarlo en la indefinición. Cuanto menos sepan,
menos se podrán ir de la lengua.
- Es una buena sugerencia – admite Bernal, que
raramente aprueba las propuestas del francés.
Atienza
insiste en que ese no es el camino. Cómo en sus ratos libres estudia Derecho en
la Universidad de Educación a Distancia, despliega sus todavía verdes saberes
jurídicos:
- Siento disentir, Eusebio, pero no podemos hacer lo
que propones. Se trata de una agencia de detectives que cuenta con todas las acreditaciones
pertinentes y está, por tanto, legalmente autorizada para realizar seguimientos.
Entiendo que no solamente no puede, sino que no debe revelar la identidad de
sus clientes por su obligación de respetar el secreto profesional y el deber de
sigilo. Por consiguiente, no podemos pedirlo y menos exigirlo.
- ¿Entonces qué propones, qué le pidamos un
mandamiento a la jueza? – inquiere Bernal.
- Eso es lo que dispone la ley – es la escueta
respuesta de Atienza quien añade -. Y solo nos lo dará si le presentamos
indicios suficientes de comisión de delito.
- Ese camino, y lo sabes tan bien como yo, no lleva a
ninguna parte. Estoy de acuerdo en que los huelebraguetas no están cometiendo
ningún delito al seguir a Martinez, pero sí pueden echar por tierra toda la
trama que hemos montado en derredor del sospechoso. Un tío que es presunto
cómplice del robo más importante cometido en este país en muchos años – arguye
Bernal que añade -. Y sabiendo que nuestra jueza se la coge con papel de fumar,
sabes perfectamente que lo más probable es que nos niegue ese mandato.
Blanchard, a
su vez, almacena en su archivo del argot policial hispano el vocablo
huelebraguetas. Supongo, se dice, que se refiere a los detectives privados,
pero habrá que confirmarlo. Atienza, en cambio, piensa que lo que dice Bernal
va a misa. Presionar al de la agencia no será lo más ortodoxo, pero quizá sea
la única vía posible para avanzar en un caso que lleva ya demasiado tiempo
atascado. De ahí que pregunte:
- ¿Cómo lo haríamos?
- Conozco al director, se llama Ernest Perarnau. Yo
me encargo de apretarle los tornillos y te garantizo que va a cantar mejor que
Pavarotti – se jacta Bernal.