En el corto trayecto que hay desde el pueblo a la costa van dejando
atrás lo que antaño eran feraces huertas de tierra campa y ahora parecen
retales áridos plagados de hierbajos. Algunos huertos de naranjos tienen los
árboles secos debido a la plaga de la tristeza y los que se han salvado de la
epidemia se muestran descuidados y llenos de chupones.
De vez en cuando algunos huertecillos
divididos en eras con distintas clases de verduras son como pequeños oasis en
un desierto de abandono. Los regueros de mampostería, que a menudo servían de
límite entre los distintos campos, también se están desmoronando, no queda en
ellos el menor vestigio del agua que había corrido por sus cauces. Hasta los
caminos que serpentean para acceder a cada uno de los diminutos huertos están
desdibujándose invadidos por la maleza.
- Supongo que estos
campos no habrán estado siempre así - señala uno de los periodistas.
- Por supuesto.
Habrías tenido que conocerlos cuando yo era niño. Daba gloria verlos, llenos de
hortalizas, de frutales… Estaban tan
cuidados que más que huertos parecían jardines - En el tono de Tormo parece
fluir todo un mar de añoranza.
- ¿Y por qué los
dejaron yermos? - quiere saber el reportero.
- Por el ladrillo y el turismo, pero su
decadencia comenzó antes de la explosión turística, que aquí ocurrió muchos
años después que en la mayoría de los municipios costeros. La agricultura es
muy exigente y siempre tiene unas perspectivas económicas inciertas. El éxito
de las cosechas depende del tiempo, de los mercados, de la competencia y, a
veces, hasta de las modas alimentarias. Y hace ya bastantes años, los jóvenes
comenzaron a desentenderse de la tierra y decidieron trabajar en la industria,
el comercio, los servicios... Cualquier cosa menos el campo.
- No lo comprendo -
se extraña el fotógrafo -. Por lo que nos has contado aquí la mayoría de la
gente posee una o varias fincas. ¿No es mejor trabajar para uno, ser tu propio
patrón, antes que rendir cuentas a otro?
- Por los resultados
no parece que sea así - rebate Tormo -. Aquí, como en toda tierra de garbanzos,
la gente prefiere trabajar bajo techado y, sobre todo, tener un salario seguro.
Además, las fincas suelen ser más bien pequeñas y eso lo complica todo porque
dificulta su mecanización, y con el alto coste de la mano de obra los gastos
casi siempre superan a los ingresos. Si a ello le añades que el agua de riego es
cada vez más cara y encima los pozos que están cerca de la costa comenzaron
hace tiempo a presentar altas cotas de salinidad el resultado es que cada año
la agricultura es menos competitiva. La consecuencia es la que ves, unos campos
convertidos en eriales.
- Sé los múltiples
problemas que actualmente tiene el campo, pero la economía es cíclica, unas veces
sube y otras baja. Algún día terminará esta maldita crisis y volverá un ciclo
positivo, por eso sigo sin entender por qué abandonaron la agricultura de forma
tan concluyente.
Tormo levanta la mano y extiende el índice apuntando
hacia la franja azul que limita el horizonte de Senillar por el este.
- La abandonaron por
eso.